Mi querida amiga,
Las palabras parecen volar con torpeza en esta página, como si el peso de la distancia las hiciera tropezar antes de alcanzarte. Recuerdo aquellos días, no tan lejanos, cuando las tardes se deshacían entre risas y cada letra que escribía era una promesa de encuentro. Tardes de sol y papel, donde el tiempo se detenía y solo existíamos tú y yo, entrelazados en un diálogo silencioso que solo nuestros corazones conocían.
Hoy, la distancia se interpone como un muro frío e inmenso, pero cada línea que trazo busca llegar de nuevo a ti con la fuerza de mis anhelos. Un anhelo que, a pesar del tiempo y la lejanía, sigue ardiendo con la misma intensidad que el primer día. ¿Recuerdas? Las cartas eran nuestro refugio, el espacio donde nuestros sentimientos se desnudaban sin pudor, donde las palabras fluían como un río llevando consigo la esencia misma de nuestro ser.
Cada letra que escribo es un susurro que viaja a través del viento, una caricia que busca tu piel, un beso que se posa en tus labios. Cierro los ojos e imagino tu rostro al leer estas líneas, y una sonrisa se dibuja en mi alma.
Te amo, con la misma fuerza y ternura que en aquellos días donde las cartas eran tardes de sonrisas. Espero con ansias el momento en que podamos volver a leernos, y que estas palabras, que ahora vuelan torpes por el papel, se conviertan en besos y caricias para un bonito sueño contigo.
Con un amor que no conoce distancias,
Rafael.