Cuando octubre es triste y el viento helado lleva el rojo evaporado de las tardes, los refugios de alcohol se mantienen tan cerca de los labios, prometiendo buscarse con sorbos lunares y sabores misteriosos.
Es larga la noche como la sombra que cubre el recuerdo de los días, y si ésta no fuera un torbellino vivo, rompería la cabeza contra el suelo que carece de conciencia para entumir la desesperación de soledad.
Estoy cansada de llorar conmigo. De esta soledad que me confunde con silencios prologados. De esas tardes rojas y apagadas que, ataviando ilusiones melosas en efectos nocivos, me hagan olvidar el único abrazo de beso y mejilla que caló dentro de los pómulos, el recuerdo de la piel.