Las dudas continúan, así que empiezo a dar un repaso. Una vez más miro el escrito, sé mas o menos hasta donde puedo llegar al escribir. Sé qué pregunta me asaltará primero. Sé cuál aunque haya terminado, y me dejará insatisfecho para tacharlo y no dejarle un final.
Cae uno, cae otro... esto es casi una guerra, los párrafos no pueden conmigo mientras son tachados con fuerza a raíz de su mediocridad imaginativa.
Llegado a este punto, no sé que es peor, si cambiar lo que pone en duda, o dejarlo porque antes lo veía seguro. Puede que el diálogo entre ambos personajes pudo haber sido más fluido, y de esa manera los tacho al minuto de haberme dado cuenta, y lo que inició en un local rodeado de otros comensales, termina con palabras cada vez más enredadas.
Una cronología transigente pese a la pobreza literaria. Sucede justo después de albergar ilusiones absortas para féminas imaginadas. Quiero no pensar en ello, y ponerla a dormir sin más, pero mi sentido común me dice que mi recelo a la nota resulta después de todo, un punto exagerado. Tal vez merezca la pena, pero no estoy plenamente satisfecho en todos los sentidos.
El insomne descrito quiere aprender a no soñar, y sin embargo sueña con una lectora encariñada a sus líneas. Qué tan patetico no es eso. Su interés obedecía más bien al hecho de que apenas podía dejar de pensar en la muchacha de aquel local, la cual ella había acudido a él en un acto de curiosidad por saber qué escribía al verlo oteando en una mesa absurdas triquiñuelas que nadie lee ni leerá.
La mañana me sorprende en estas cavilaciones. Sigo aquí; perdido. Borrando melificación alguna y conmociones astilladas. En auxilio, la memoria me sirve para completar lo faltante y dejar un trenzado de modales esquivos.
Tras pasar una de las hojas, termino sin un final, y ahora, es mejor mantenerse calmado. ¡Gracias!